Así fue el desahogo de los juveniles después de la clasificación al Mundial
- Noelia Valerianas
- 13 feb 2017
- 5 Min. de lectura
Reconocen que no rindieron bien, pero destacan que jugaron con el corazón en la mano y que nunca se dieron por vencidos

QUITO, Ecuador.- Este es un viaje íntimo, con el vértigo de una montaña rusa, a las sensaciones del plantel del seleccionado Sub 20, que explican las razones por las que ellos se sintieron en paz con el esfuerzo realizado.
"Vamos, vamos, los pibes; el que no salta, no va al mundial; Brasil, decime que se siente; un minuto de silencio.", los hits que entonaron los chicos, abrazados, a los saltos, unidos como lo estuvieron desde el día que llegaron a Ibarra para alcanzar una meta que resultó un sendero tortuoso con un desenlace embriagador. Un premio para un grupo que admitió que no se jugó bien, aunque la victoria 2-0 sobre Venezuela enseñó la mejor versión del conjunto. "No hay palabras para describir lo que significa jugar con la camiseta de la selección. Mirá cómo estamos", decía al borde de las lágrimas Lautaro Martínez, autor de los dos goles y artillero del torneo, con cinco festejos, junto con Marcelo Torres y el ecuatoriano Bryan Cabezas. "Sufrimos mucho, no tuvimos la cantidad de entrenamientos que debíamos, pero nos fuimos encontrando con los partidos y cada vez que entramos en la cancha lo hicimos con el corazón en la mano. Dejamos la vida. Estamos en el Mundial porque tuvimos paciencia. No hicimos un buen torneo, pero nunca nos dimos por vencidos", relató el atacante de Racing, que tendrá un premio especial de parte del profesor Gerardo Salorio, que le anticipó que convertiría cinco goles.
El semblante de angustia de Úbeda se convirtió en felicidad. El sabía que -en tiempo de trabajo- estaría en desventaja con el resto. "Es lo que vinimos a buscar. Estos chicos sienten la camiseta como realmente la tienen que sentir los jugadores de una selección. En la charla le dije que se acordaran de la épica, de la gloria de la selección, de Diego [Maradona], Messi, Mascherano. Que se que reflejaran en ellos", explicó el entrenador, que no se escondió ni desvío el discurso cuando el rumbo parecía imposible de torcer, aunque su mensaje siempre fue de optimismo. "Agradezco profundamente la crítica constructiva que tuvimos en el proceso, porque a mí y a los chicos nos sirvió para crecer.
Un sufrimiento tremendo, pero el resultado es justo por el sacrificio, la voluntad para que las cosas salgan bien y por la seriedad de quienes trabajaron. Nos prepararemos duro para estar mejor en el Mundial", describió el DT, que no estuvo acompañado por un par de integrantes del cuerpo técnico durante el juego entre Colombia y Brasil. El ayudante de campo Fernando Batista y el preparador de arqueros Gustavo Piñero no soportaron ser espectadores y se cruzaron al shopping Quicentro, que está a dos cuadras del estadio. "Caminamos como dos horas, te puedo decir en qué piso está cada marca de ropa, el patio de comidas... No nos aguantamos y nos fuimos. No teníamos ni wifi para saber nada, hasta que sonó por segunda vez el teléfono del Bocha y, desde Buenos Aires, nos avisaron que estábamos clasificados para el Mundial. Nos abrazamos y la gente no entendía qué pasaba: dos tipos saltando con buzos de la selección en un centro comercial", contaba Piñero, que ahora deberá reorganizar algunas clínicas que tenía pautadas para los meses de mayo y junio en España y Portugal, porque ese será tiempo del Sub 20 en Corea del Sur.
Chorizos, asado y bailes
El embajador argentino Luis Juez entraba y salía del palco. Antes del juego, estuvo en el vestuario -ése que el Pana, que ayudó a los utileros Patricio Auzmendia y Emiliano Vázquez, decoró con estampitas de la Virgen y fotos del Papa Francisco- y ofreció una especie de arenga. Él, en cuatro días fue actor en la dramática jornada de Atlético Tucumán y anoche abrió las puertas de la embajada para que el plantel celebrara la clasificación. Empanadas, chorizos, asado, lomo, bife de chorizo y cortes de cerdo se sirvieron durante la cena que tuvo una interrupción, cuando desde la organización del campeonato llamaron para convocar a la delegación para la premiación. A la vuelta, con las medallas colgadas, los chicos tuvieron flanes y ensalada de fruta como postre. "El técnico me dio la oportunidad de hablarle a los chicos y yo lo hice como si fuera mi hijo Martín, que tiene 19 años", dijo el embajador, que fue anfitrión, mozo y que lanzó varios chistes de su repertorio que eran festejados por los juveniles. "Ustedes tienen que disfrutar de esto. En algunos meses van a ser jugadores de primera, internacionales, que podrán tener mucha guita, fama, autos últimos modelos, tremendas mansiones, pero lo que lograron en Quito no se lo van a olvidar nunca en sus vidas", les dijo en el quincho donde se hizo el agasajo.
A esa altura, Brian Mansilla era el maestro de ceremonia. Micrófono en mano, ensayaba pasos de baile, marcaba el ritmo con las palmas y encendía al resto de sus compañeros con sus humoradas. Lautaro Martínez y Tomás Conechny actuaban de laderos del rosarino, que es pura chispa. Entonces fue el turno de la ronda de pasos, de la que participaron todos los futbolistas, pero también el coaching Diego Romagnoli, los encargados de prensa Francisco Nabais y Lucas Gaioli, el kinesiólogo Claudio Fariña, el doctor Fernando Rudy. y el brasilero Bruno Gabrieli, encargado del video análisis. Una historia particular la del paulista, de 32 años, que llegó en 2011 como hincha de la verdeamarelha a la Argentina para presenciar la Copa América y, un año después, se radicó en el país. "Tengo a mi esposa Mariela y a mi hijo Ernesto Joaquín que son argentinos. Quiero trabajar en la selección y, si Dios quiere, salir campeón del mundo. Trabajé en las inferiores de clubes argentinos, que son los que mejor trabajan con las categorías formativas: primero en River y ahora en Argentinos, desde hace cuatro años y medio. ¿Las lágrimas? Por la clasificación. No me importa nada que Brasil se quede afuera. En el inicio me hubiera gustado que se clasificaran los dos, pero llegó esta situación y entre ellos y nosotros, vamos nosotros. Que ellos esperen dos años más", dice en un casi perfecto español, quien tiene tatuado en cada gemelo los contornos del país de nacimiento y también el de adopción.
Los pasajes de más seriedad se dieron cuando el capitán Santiago Ascacibar y Chelo Torres tomaron la palabra y rescataron el esfuerzo de todos sus compañeros, la convivencia, el compañerismo, la fortaleza que evidenció el grupo para salir a flote ante cada adversidad. Retornó el humor con Nicolás Zalazar, mientras Mansilla lanzaba una catarata de apodos para el profe Salorio, que volvió a ensayar un pedido de disculpas por su comportamiento en el partido con Brasil, donde intentó ir a pelearse con los hinchas de la canarinha. "Eso no fui yo, lo que hice no lo debía haber hecho. Pido mil disculpas, ojalá que la afición las quiera aceptar. Soy un tipo decente, honesto, que trabajo para el fútbol juvenil sin mala fe, solo con las ganas de trabajar. Dejé mi vida, por estos colores doy la vida. Ojalá que esto sirva para que el fútbol argentino de una vez se una y que luchemos por un fútbol mejor", manifestó quien incluyó los nombres de Úbeda y Batista en la carpeta, después de romper con Francisco Ferraro, y que sufrió la pérdida de un familiar durante el torneo.
La foto grupal con el embajador, con un cuadro de José de San Martín de fondo, entonando el clásico "soy Argentina, es un sentimiento, no puedo para", y la vuelta al hotel, donde el grupo descansó un par de horas antes de emprender el regreso, el cierre de una jornada inolvidable, de tensión y éxtasis. El grueso de la delegación arribó ayer por la tarde, después de hacer escalas en Guayaquil y Lima; el resto, llegará hoy, a las 6. Será el tiempo de la reflexión y de poner en marcha un plan para que el recorrido por Corea del Sur resulte menos enredado.
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